La
cruz que tú sufriste, oh Jesús, me liberó de la esclavitud
del demonio y me desposó a la divinidad
con un vínculo indisoluble.
La
cruz es fecunda y hace nacer en mí la gracia; la cruz es
luz y me desengaña de todo lo que es temporal revelándome lo que
es eterno.
La
cruz es fuego, y reduce a cenizas todo lo que no es Dios,
hasta llegar a vaciar mi corazón de la más pequeña hierba
que pudiera tener.
La
cruz es una moneda de precio inestimable y si yo llego a
tener la fortuna de poseerla, me enriqueceré de monedas eternas
hasta llegar a ser el más rico del paraíso,
porque
la moneda que circula en el cielo es la cruz que se ha sufrido
en la tierra.
La
cruz hace que me conozca a mí mismo y me da a conocer a Dios.
La cruz injerta en mí todas las virtudes.
La
cruz es noble cátedra de la sabiduría increada, y ella me
enseña las doctrinas más elevadas, sutiles y sublimes.
Sólo
la cruz me revelará los misterios más escondidos, las cosas
más ocultas, la perfección más perfecta, escondida a los
más sabios y eruditos del mundo.
II
La
cruz es como agua benéfica que me purifica, le suministra
alimento a mis virtudes,
hace que crezcan y solamente me deja cuando me conduce
a la vida eterna.
La
cruz es el rocío celestial que me conserva y embellece la
hermosa azucena de la pureza.
La
cruz es el alimento de la esperanza. La cruz es la antorcha
de la fe operante. La cruz es como un leño sólido que conserva
y hace que se mantenga siempre encendido el fuego de la caridad.
La
cruz es como un leño seco que hace que se esfumen y que huyan
todos los humos de la soberbia y de la vanagloria y produce
en el alma la humilde violeta de la humildad.
La
cruz es el arma más potente que ofende a los demonios y me
defiende de todas sus artimañas.
Las
Horas de la Pasión, de las 10 a las 11 a.m.
¡Oh
cruz adorada, suspiro de mi corazón, martirio
de mi amor, razón de toda mi existencia!
¡Oh
cruz, cátedra de sabiduría, tú enseñas la verdadera santidad!
¡Sólo tú haces los héroes, los atletas, los maestros, los
santos!
¡Tú
eres nuestra vida, tú eres nuestra luz y nuestra defensa,
nuestra custodia y nuestra fuerza! ¡Tú nos conduces
gloriosos al cielo!
¡En
ti se complace el Padre, inmolando a su Hijo, en el amor
del Espíritu Santo, en la unidad de la Divina Voluntad! Amén.
Volumen
VII, 23 Febrero 1906
En
la cruz, no solamente me crucificaron las manos y los pies,
sino hasta las más pequeñas partes de mi humanidad, de mi
alma y de mi divinidad;
todas
quedaron clavadas en la Voluntad del Padre, porque mi crucifixión
fue la Voluntad del Padre; y por eso quedé clavado y transformado
totalmente en su Voluntad; y todo esto era necesario.
Porque
el pecado no es otra cosa que retirarse de la Voluntad de
Dios, de todo lo que es bueno y santo y que Dios nos ha dado;
creer ser algo y ofender al Creador mismo.
Y
para reparar esta audacia y destruir este ídolo que la criatura
hace de sí misma, quise hacer desaparecer totalmente mi voluntad
humana a costa de grande sacrificio, para vivir solamente
de la Voluntad del Padre.
Volumen
VII, 8 Octubre 1906
La
cruz le sirve a la criatura como el freno al caballo. ¿qué
cosa sería del caballo: si el hombre no usara el freno?
Sería
indomable, desenfrenado; andaría de precipicio en precipicio,
hasta volverse nocivo al hombre y a sí mismo.
En
cambio, con el freno se amansa, camina derecho, queda al
seguro de cualquier precipicio y sirve a las necesidades
del hombre.
Así
es la cruz para el hombre; la cruz lo doma, lo frena, le
detiene la marcha, para que no vaya a precipitarse por el
camino de las pasiones.
¡Ah,
si no fuera por la cruz, que Dios, en su infinita misericordia,
le da al hombre como freno para domarlo, en cuántos males
se metería la pobre humanidad!
Volumen
IX, 20 Noviembre 1909
Quien
toma la cruz según el modo de ver humano la halla enfangada
y por lo tanto más pesada y amarga.
En
cambio quien toma la cruz según el modo de ver divino la
halla llena de luz, ligera y dulce.
Porque
el modo de ver humano carece de gracias, de fuerza y de luz;
por lo que el alma siente la osadía de decir: “¿Por qué aquél
me ha hecho esa injusticia?
¿Por qué éste me a dado este disgusto, por qué me
ha calumniado?”
Y
el alma se llena de indignación, de ira, de venganzas, y
por lo tanto la cruz se enfanga, se llena de tinieblas y
se vuelve pesada.
En
cambio el modo de ver divino está lleno de gracias, de fuerza
y de luz, y por lo tanto el alma no siente la osadía de decir:
“Señor, ¿por qué me has hecho esto?”
Es
más, el alma se humilla, se resigna, y la cruz se vuelve
ligera y le trae luz y dulzura.